La narración es un arte y muchos de sus secretos son esquivos. Uno de los que se suelen pasar por alto es la continuidad en la narración, algo que la gente más metida en el mundillo entiende de manera intuitiva pero que creo que raras veces se ha puesto en palabras.
Es un hecho: a la gente le confunde el cambio de perspectiva y personaje en las narraciones. Cambiar el punto de vista en medio de un párrafo es el ejemplo más extremo y muchas veces se ha señalado (con bastante razón) como una de las cosas que nunca nunca debes hacer en tu historia. Pero se pueden hacer saltos pequeños y estos saltos los damos muy a menudo y entorpecen la lectura. Son momentos en los que rompemos la continuidad.
La clave de todo el meollo está en que el español es un idioma que permite omitir el sujeto en los verbos. Esto está guay, porque nos permite evitar las repeticiones de palabras. Por ejemplo, ahora acabo de omitir el sujeto de la oración. ¿Quién nos permite evitar las repeticiones de palabras? El español.
En este caso está muy claro a quién se refiere el verbo, cuál es el sujeto omitido. Pero si te digo “María y Julia son muy amigas. Ella lo sabe”. ¿Quién lo sabe? ¿María? ¿Julia? ¿Una tercera persona?
Muchas veces en la escritura omitiremos el sujeto para evitar repeticiones, pero al hacerlo corremos el riesgo de confundir a quien nos lee. Hoy vamos a hablar de los patrones de continuidad de la narración, o dicho de otra forma, quién es el sujeto “por defecto” de las oraciones con sujeto omiso según el tipo de narración.
Cada narración puede generar en quien nos lee un patrón de ritmo. Puede ser por la longitud de las frases, por la forma de narrar, por lo que está sucediendo, por las jerarquías de los personajes… lo indudable es que se crean ciertas expectativas y cuando se rompen esas expectativas entorpecemos la lectura.
Voy a llamar a estos patrones “Dinámicas”. Una dinámica es un patrón de ritmo narrativo que afecta a la forma en que procesamos la información.
Esto nos lleva a la Ley de la continuidad en la narración: