Tuve la idea de hacer este artículo hace ya más de dos años. Me impulsaba un noble propósito, describir mi idea de lo que era una valoración objetiva de la ficción y la literatura. En su momento, arrogante de mí, creía que era un sistema lo bastante robusto como para que fuese algo generalizable y global, algo con lo que decir: “sí, se puede juzgar de manera objetiva”.
Pero al fin y al cabo, esto solo sería un criterio más.
Decente, correcto y ejecución perfecta. Estas son calificaciones que yo he usado a veces, y considero que tienen su valor, conociendo lo que acarrean estas etiquetas, pero sin duda están lejos de ser objetivas, y menos aún generalizables.
¿En qué basaba mi criterio “objetivo”?
Yo siempre he llamado a esta dimensión de la obra su Ejecución, es decir, lo bien que está trasladada al producto final la idea base, los temas, el concepto y todo lo demás. Es una definición que ignora completamente algunos escollos como la audiencia a la que va dirigida la obra, el nivel literario o profundidad de sus temas. Aquí lo que cuenta es hasta qué punto la persona que ha escrito este texto ha cumplido sus objetivos.
Pero claro, desde fuera está difícil ver cuáles eran sus objetivos. Es muy fácil malinterpretar las intenciones que hay detrás de una obra, y un mismo mensaje puede ser interpretado de muy distintas formas. Así que también estaba implícito en este criterio el que una obra fuese capaz de transmitir bien sus intenciones, o pone el peso de descubrirlas en quien lo está criticando (una buena habilidad en la crítica literaria: ser capaz de ver las intenciones tras las palabras).
Así pues, la ejecución de una obra se basaba en la claridad de sus objetivos e intenciones; y en la manera en que ejecutaba esos objetivos o transmitía esas intenciones. En su momento, usaba tres niveles de ejecución, al que hay que añadirle dos más: Seguir leyendo