Hmmm. Me cuesta entender este extraño concepto, pero vamos a intentarlo. Que no se diga que no soy una persona generosa.
Desde el 28 de agosto al 1 de septiembre, tanto Testosterona como Torres de Vinilo y Neón estarán en pago social en Lektu, para descargar en digital por un tuit.
Al parecer suele haber bastante secretismo en todo el tema del mundo editorial. A menos que sea como forma de marketing, no se suele airear cuántas copias se han vendido, el tamaño de las tiradas que se han agotado, o cuántos beneficios han generado los libros. Y claro, llegamos nosotres al mundillo editorial sin saber ná de ná y vemos nuestro desempeño y no tenemos ni idea de qué tal lo hemos hecho.
He venido a arrojar un poco de transparencia sobre el asunto, al menos en lo que yo puedo contar. Os voy a contar con todo lujo de detalles cómo ha sido mi primer año publicando por mi cuenta y la rentabilidad que he sacado a estos dos años y medio que lleva el blog activo.
Porque autopublicar es fácil si sabes cómo pero yo no sabía muy bien cómo.
Publicar es difícil. Publicar por tu cuenta es un poco más fácil, pero las primeras veces estamos condenados a cometer errores que se supone que en una editorial otras personas ya han cometido mucho antes.
Yo la verdad es que no me arrepiento de todo lo que he hecho con Testosterona… a excepción de estas seis cosas, por supuesto. Estos son los seis errores más grandes que he cometido con Testosterona hasta el momento (¡y espero no tener que añadir ninguno más!).
6. Demasiado Risqué
Testosterona tiene 8 escenas, de las cuales 2 son sobre sexo entre los protagonistas. La segunda escena es más comedida, pero la primera es totalmente explícita. Aunque no son escenas pornográficas, pues para mí lo importante es la caracterización de los personajes a través de su forma de mantener relaciones sexuales, la primera sigue siendo una escena que mucha gente habría preferido no leer (y por la que algunas personas no quieren leer la historia). Es el error más pequeño de la lista, pero sigue siendo un error: como mi primera obra publicada, quise que Testosterona fuese una muestra de mi estilo a la hora de escribir. Y aparte de por otras razones (casi todo en el relato es demasiado normativo, lo cual no refleja bien lo que suelo escribir), no estoy seguro de que la parte sexual sea una buena representación de lo que quiero ofrecer en mis futuras obras. Seguir leyendo →
Escribir es difícil, bien que lo sabemos todos. Si escribir para uno mismo o una misma ya es difícil de narices, no digamos ya cuando nos sometemos a las limitaciones propias de tener un público.
Cuando escribimos para nosotros mismos no importa mucho cómo escribamos, pues normalmente nosotros nos entendemos cuando escribimos. Sabemos lo que queremos decir (o al menos eso creemos, porque cuando releemos cosas de hace mucho tiempo estamos todo el rato pensando en quién era el idiota que ha escrito eso y qué se supone que hay que entender). Pero cuando escribimos para otras personas, para que nos lean, es vital que la otra persona entienda qué es lo que le estamos diciendo.
Por experiencia, hay tres claves necesarias para que las personas entiendan lo que estás diciendo. Esto vale de la misma manera para enseñar cómo funciona algo nuevo, cómo se mueven las personas en una batalla, o cómo desenredar un plan diabólico para que los lectores entiendan las repercusiones del mismo:
1. Partir de una base común
Esto es lo más importante y lo que más se suele ignorar. En la escritura es fácil dar por hecho que el lector tiene la misma base de conocimientos que tú, que ha vivido las mismas experiencias, y a la hora de escribir, nos saltamos la base porque suponemos que el lector puede ir a nuestro ritmo. Hay que tener en cuenta la gran cantidad de tipos de lectores que hay. A menos que te especialices en algo como ciencia ficción dura con física de partículas avanzada, si quieres que tu lector entienda lo que le dices, tendrás que partir de una base común, que suele ser el mínimo.
Cuando leemos podemos llegar a valorar muchas cosas de un libro. Podemos quedarnos embobados por su narración, podemos suspirar por el realismo y el encanto de los personajes. El ritmo acelerado de la trama puede cortarnos la respiración, e incluso podemos imaginar de manera vívida las maravillas que nos describen con maestría. Muchas de estas cosas se suelen tener en cuenta a la hora de evaluar una obra, ya sea en una reseña, en una crítica, o en si el regustillo que se nos queda cuando terminamos un libro es agradable o decepcionante.
Pocas cosas hay más ignoradas que la estructura de una historia. Hasta tal punto la dejamos de lado, que muchos escritores ni siquiera estructuran sus historias antes de empezar a escribirlas.
Pero hoy vengo a romper una lanza por la tan olvidada estructura. ¡La estructura son los cimientos que mantienen la historia en pie! Y aunque su labor sea esa la mayor parte del tiempo, eso no significa que la estructura no pueda destacar. Por eso mismo os voy a mostrar ejemplos de estructuras que no solo sirven como cimientos de la historia, sino que son parte de su decoración, como las bellas columnas que sujetan la parte alta del Partenón.
Pero, ¿qué es la estructura de una historia? Si bien la trama de una historia es lo que sucede en ella, la estructura sería la forma concreta de presentar esa trama. Cómo organizas las escenas, dónde las cortas y dónde las empiezas, en qué orden las muestras… Todo eso es estructura.
¿Qué buenas estructuras podemos encontrar en la literatura, fantástica o no fantástica?
Canción de Hielo y Fuego, de George RR Martin
Cimentar una saga de siete libros es de por sí una tarea titánica, pero la estructura de George Martin puede con todo eso y tiene fuerzas para más. Si Martin hubiese organizado sus escenas de manera diferente, la historia sería la misma, pero su efecto sería muy distinto. Para los que no lo hayáis leído, Canción de Hielo y fuego tiene una estructura basada en los personajes: Cada capítulo es el punto de vista de un personaje. Martin no salta de un personaje a otro al tuntún, lo tiene todo planeado para cortar en el momento justo y dejarte enganchado, preguntándote qué es lo que pasará a continuación. Además, todos los personajes se mueven más o menos en el mismo momento temporal, lo que nos permite ver casi a tiempo real los cambios que suceden en el mundo. Y todo gracias a su uso de la estructura.
Rayuela, de Cortázar
De acuerdo, no lo he leído, pero conozco lo suficiente para saber que Rayuela es una obra de arte de la estructura. La historia está compuesta de tal forma que puedes leerla tal como viene escrita, o salteando los capítulos siguiendo una cronología determinada. Ambas formas de leer la misma historia ofrecen una experiencia muy distinta, y si ya cuesta escribir una historia coherente de manera lineal, ¡no me quiero imaginar lo que debe ser hacer esto!
Razones para leerse Rayuela
Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy
Vale, vale, este tampoco me lo he leído, pero lo he estudiado y he leído un poco sobre su estructura. Normalmente, los libros siguen una estructura lineal, de principio a fin, sin embargo, esta novela tiene una estructura parecida a una telaraña. No es una línea recta, del punto A al punto Z, sino que es una telaraña que abarca todos los puntos y los interrelaciona, ofreciendo un mundo integrado lleno de causas y consecuencias. No es una historia hecha para entenderse de manera lineal, sino más bien para integrarla en su conjunto.
Un ejemplo de una narrativa Shandificada, en videojuegos. Los elementos están todos ahí, luego cada uno puede seguirlos en el orden que quiera, creando su propia historia.
Cosas chulas que se pueden hacer con la estructura
La estructura puede servir para muchas cosas, solo hay que saber usarla bien. Muchas herramientas narrativas juegan con la estructura, como los flashbacks y los flashforwards. Al fin y al cabo, es una forma no lineal de presentar la información, ¿verdad? Primero vemos lo que va a pasar, lo anticipamos, y luego vemos cómo sucede. O al contrario, primero vemos las consecuencias, y más tarde nos cuentan qué es lo que ha pasado.
La estructura puede ser restrictiva, pero las restricciones fomentan la creatividad. La propia poesía es un ejemplo de ello, si nos fijamos en algunas de sus variantes, como el soneto. Con su métrica fija y su estructura prediseñada, el soneto es una forma de aprovechar la estructura para crear arte. Si nos salimos de la caja, también podemos hacer arte con la propia estructura, como pasa con los caligramas.
Podemos usar la estructura para controlar qué información recibe el lector, ya sea para sorprenderle, para asustarle, o para intrigarle. Podemos usarla para separar y diferenciar a los personajes, o para controlar el ritmo de la historia.
Crónica del asesino de reyes y La música del silencio, de Patrick Rothfuss
Este es un ejemplo doble, de cómo se puede reforzar la estructura o se puede romper por completo. Crónica del asesino de reyes sigue la típica estructura de los tres actos: Presentación, nudo y desenlace. Esta división se puede sentir en los libros (uno para cada parte) y también se puede ver dentro de cada uno de los libros, en la historia que nos cuenta Kote el posadero. También se puede predecir una estructura circular, pues la historia tiene que acabar con Kvothe convirtiéndose en Kote el posadero, que cuenta su historia desde el principio.
Sin embargo, el autor sabe jugar con la estructura y contra ella, cuando le conviene. Este ejemplo lo encontramos en La música del silencio, una historia que está dividida en siete días, un capítulo para cada uno de ellos. No se corta un pelo en destrozar esta estructura con el tercer día, con un capítulo de tan solo una frase. Para los que hayáis leído este libro, ya sabéis el efecto devastador que tiene esta ruptura.
Deformando la estructura
La estructura clásica de una historia es Presentación > Nudo > Desenlace, y es una estructura que funciona muy bien. Sin embargo, una estructura se puede deformar. Alargamos esta parte un poco, acortamos esta otra, y el tono de la historia cambia radicalmente. La historia clásica de caperucita roja se convierte en una historia de terror si alargamos la anticipación hasta el momento en que el lobo la devora. Sin embargo, si en vez de eso alargásemos las conversaciones entre el lobo y caperucita, podríamos convertirlo en un drama de personajes.
La estructura más típica y más conocida sería El viaje del héroe. Es una estructura que funciona muy bien, hace clic en nuestro cerebro y es la base de muchas de las historias más antiguas y duraderas. Si quieres ver la mejor ejecución de El viaje del héroe, yo recomiendo la película Kubo y las dos cuerdas mágicas. Sin embargo, esta estructura no es inmutable, y seguro que a lo largo de la historia se ha trasteado mucho con ella. Por ejemplo, tenemos a Cervantes, que en su segunda parte del Quijote no lo devuelve triunfante a su aldea natal para celebrar la victoria, sino derrotado y a las puertas de la muerte.
El diagrama de marras
Hay muchas formas de jugar con la estructura. Hay estructuras que convierten las historias en círculos que empiezan y acaban en el mismo sitio. Otras sirven para hacer que el lector sienta lo que queremos que sienta. Y otras veces, sencillamente son así por pura estética.
¿Y por qué estoy dando tanto la lata con la estructura?
¿Por qué va a ser si no?
Pues verás, el 15 de Marzo voy a publicar un relato, como quizás ya sepas. Y este relato surgió con una estructura muy especial… En vez de ser una línea recta, un arco o un círculo, Testosterona tiene una estructura de espejo. Es como un palíndromo, los títulos de los capítulos se leen igual desde el primero al último que desde el último al primero. Esto no significa que se pueda leer hacia atrás (¿O… sí? Tendré que mirarlo a ver qué sale), sino que la estructura tiene esa forma específica.
Es una tontería, la verdad, una tontería de la que supongo que mucha gente no se dará cuenta… pero ahí está, una pequeña floritura con la estructura, invisible a los ojos de muchos.
Y he pensado que por qué no centrar las miradas de la gente en ella. También se merece sus quince minutos de fama, ¿no crees?
¡Pero no solo es importante la estructura en la escritura! ¡También es muy importante en la ilustración! Y qué mejor ejemplo que ¡la maravillosa portada que Marta Heras ha artistoseado con todo su arte!
*Ooooooh, aaaaaaah*
¡Admirad su composición! (Finge que entiende algo de ilustración)
No sé vosotros, pero yo me muero de genialosidad cada vez que la miro.
Podéis ver más arte de esta maravillosa persona en su instagram (@martaherasv), y podéis contactar con ella a través de Twitter (también @martaherasv). ¡No dudéis en contratarla para vuestros proyectos! Trabaja muy bien y yo no voy a dudar en tirarle la cartera a la cara para que ilustre mis próximas historias. ¡Pero mirad qué trabajo más bien hecho, por dios!
¡En fin, hasta el lunes que viene! Hablaré de la importancia de buscar la claridad en los textos, y ¡por fin pondré la sinopsis de Testosterona! ¡Os espero!
¿A veces no os pasa que sentís que escribís la cantidad incorrecta de palabras?
Ya sea cuando te faltan 10 caracteres para un tuit, o cuando tu novela no llega al mínimo exigido para entrar a concurso, es posible que alguna vez hayas sentido que la longitud de lo que escribes es un problema. Ya sea por lo alto o por lo bajo.
En los trabajos del instituto o la universidad se suele medir por páginas, pero la página es un concepto tan cambiante dentro de este mundo de la escritura… Entre márgenes, interlineado, diálogos, tamaño de letra… un mismo texto puede tener 50 páginas o 150. No ayuda mucho para saber qué tamaño de texto estamos manejando. Así pues, en el mundillo editorial se mide en palabras, que es una medida mucho más consistente. Seguro que ya lo habéis visto por muchas partes, sobre todo en los concursos, donde es muy habitual poner un límite de palabras.
Ay, ese maldito límite de palabras.
¡Venga ya! ¿Ni aquí me puedo librar?
Anda que no habrá concursos a los que no he enviado nada por ese límite de palabras. Y es que yo tengo un problema muy grave: Siempre escribo cosas muy largas. Incluso cuando hago cosas cortas, como un relato, me salen cosas muy largas.
¿Hace falta que os dé una muestra? Tenéis el blog lleno de artículos de entre 2000 y 3000 palabras, cuando es habitual que un blog no supere las 1000 (yo no entiendo cómo aguantáis mis tochos, la verdad).
Escribir poco también tiene sus problemillas:
1: Mínimo X palabras
Lo sentimos, tu novela tiene que ser al menos así de larga para entrar a concurso.
Una de las frases más odiadas para todas las personas que no consiguen estirar más sus historias. Que por cinco mil palabras tu novela no sea lo bastante larga para entrar a concurso es una frustración horrible. Con los relatos pasa igual, solo que aquí podemos intentar estirarlos un poco… un poquito más… Y hale, está diluido, pero al menos el relato entra a la convocatoria.
2: ¡Se supone que esto iba a ser una trilogía!
¡Tras años de dolor y sufrimiento has terminado tu trilogía de ensueño! Y luego lo miras y… no llegas ni a las 150.000 palabras. Si 50.000 palabras ya es una novela corta, menos aún no llega ni a ser novela. Y como no puedes partir la historia por la mitad (¡¿Cómo vas a mutilar tu preciosa estructura de tres arcos de esa manera?!) pues te toca reunirlo todo en una única novela autoconclusiva. Hale, todos los títulos geniales de las tres partes, a la basura.
Esto también iba a ser una trilogía, pero acabó siendo solo una película porque los beneficios… se quedaron… cortos *badum tss*
3: ¡Nanowrimo, yo te maldigo!
¡¿A quién no le gusta matarse todos los días para conseguir sacar 1.666 palabras diarias durante un mes?! Contra todo pronóstico, todo va bien, escribes a diario, cumples la cuota…
Y a mitad de mes terminas la novela del nanowrimo. Una novela de 35.000 palabras. Es cortita, sí, pero no hay necesidad de alargarla, ¿verdad? Todo está bien atado, el final es satisfactorio… ¡La novela está estupendamente!
¿Y ahora qué haces con las 15.000 palabras que te faltan? ¿En qué las vas a emplear los días que te faltan de mes? Porque si no llegas a las 50mil, no cuenta como un Nano completado…
Escribir cosas cortas tiene sus pequeños dramas, pero por lo general, ser más concreto que extenso es algo bueno en la escritura. Cada palabra que sobra debe morir, y en tus textos no es habitual que le cortes la cabeza a un tercio de tu obra por cosas que sobran. Es más, es posible que en las revisiones añadas cosas que han quedado demasiado escuetas. Esto no está mal, como se dice, lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Y luego estamos las personas que escribimos de más. Y eso sí que tiene problemas…
1: Las revisiones son eternas
En ese momento solo quieres arrancarle la cabeza a tu yo del pasado por haber escrito tanto. Si ya se sufre revisando un libro de 100.000 palabras, ¿qué tal duplicar el sufrimiento con uno de 200.000?
¿Y a mí quién me manda meter dos subtramas extra?
¿Y de casi 300mil? ¿Y si no es solo una revisión, sino una reescritura completa? Hay que contener las ganas de mandarlo todo a la mierda, os lo aseguro.
2: No aceptamos textos de más de X palabras
La frase que me ha dejado fuera de concursos y de enviar mis manuscritos a editoriales una y otra vez. Bueno, con mis dos novelas de más de 250mil palabras, es normal que me quieran mandar a la mierda directamente (250mil es mucho, muchísimo. Impreso nos adentramos en el territorio de las 800 páginas). Para las editoriales no suele ser rentable imprimir libros tan largos.
Saitama lo tiene muy claro. ¡Solo se aceptan pasados trágicos de 20 palabras o menos!
Pero en el caso de los relatos es peor. A mí 3000 palabras, o 5000, me son pocas. Yo necesito tiempo para que la historia se cueza a su ritmo. No me gusta apresurar las cosas. Mis historias tienen una trama con unos puntos que no me puedo saltar. Si ya le añadimos que divago, cuando intento hacer un relato de 3000 palabras me encuentro con un texto final del triple de longitud.
3: A los escritores noveles solo les tienen en cuenta con novelas cortas
Imaginad mi corazoncito cuando escuché esto. Me fui a llorar a mi esquinita, arropado por mis novelas de más de 250mil palabras. A ver, yo lo entiendo. Autores noveles somos muchos, muchísimos, y de todos y todas solo habrá unos pocos que hayan escrito algo rentable para una editorial. Si a los lectores ya les cuesta aceptar las novelas más largas (ya sabéis, esas que además cuestan mucho más de publicar a nivel monetario), las de autores desconocidos se venderán menos aún. Además, para encontrar esa buena novela hay que bucear, y bucear… y no compensa. Los lectores editoriales pierden el tiempo con esa clase de novelas largas, tiempo que podrían aprovechar para leer la nueva novela de algún autor extranjero conocido o de una autora ya consagrada en nuestra tierra.
«La editora está muy ocupada. Solo aceptamos manuscritos de 120.000 palabras o menos»
Las editoriales son un negocio, no lo olvidemos, y el tiempo es oro. Tampoco vas a rechazar sin leer a todos los manuscritos de noveles que encuentres, pero sí que puedes pasar por encima de aquellos que se pasen de tu límite arbitrario de palabras.
4: A la gente le da pereza una historia muy larga
A menos que estemos dentro de la épica, a la gente le suele dar muchísima pereza leer cosas largas. Lo van dejando, lo van dejando, y al final ni lo tocan.
Y ya ni hablemos de las sagas. Puf.
5: Podar es un horror
Corregir una novela es como hacer crecer un bonito seto. Cuando faltan palabras, siempre puedes añadir florecitas aquí y allá para embellecer y tapar los huecos, dejar que crezca. Pero cuando sobran palabras, toca coger las tijeras de podar y eliminar todas esas ramas que a ti te encantan, y que no puedes pensar en cómo sería el seto sin algo tan vital como esa rama retorcida tan bonita pero que está a punto de clavársele en el ojo a un lector despreocupado.
Los escritores profesionales tienen que refinar sus habilidades de poda como si fuesen Eduardo Manostijeras
Recortar historia duele.
Y por eso casi nunca lo hacemos, y por eso nos salen largas las historias.
Y luego está mi problema personal: Es que no puedo recortar. Ya intento que mis historias sean lo más cortas posibles, pero como hago unas tramas tan complejas unas cosas sustentan a otras, y si elimino algo se derrumba todo. Intento comprimir todo lo posible, que cada frase cumpla dos o más funciones si es posible, eliminar rodeos… pero también tengo la necesidad de dejar que la historia siga su ritmo, sin acelerar más de lo necesario, de acompañar las escenas de acción con un poco de aire para respirar.
Es un equilibrio que tiene un precio, y ese precio está en la problemática longitud de lo que escribo.
Yo no sé cómo me las apaño, pero siempre acabo quedándome corto o pasándome mucho de largo.
Por ejemplo, con Testosterona, la historia que podréis leer a partir del 15 de Marzo, quería escribir o un relato de unas 5000 palabras, o una novelette de unas 20.000.
¿El resultado? Se ha quedado justo entre medias. 10.984 palabras, para ser más exactos.
Y bueno, no está tan mal. Son unas 50 páginas, tal como está maquetado. Aunque es demasiado largo para relato y demasiado corto para novelette, creo que está en el punto medio (¿relatargo? ¿Cortalette?). Lo bastante corto para ser una lectura rápida y entretenida, y lo bastante largo como para meterle un poco de enjundia narrativa y de personajes.
Bueno, ¿y tú qué? ¿Tus historias se quedan cortas o se pasan de largas? ¿No te parece preciosa la palabra enjundia?
¡Nos vemos el jueves, cuando por fin revelaré la chulísima portada de la historia!
Como estudiante de psicología tengo el horrible privilegio de entender los procesos de mi cabeza. Y es impresionante lo poco que importa eso cuando uno pasa por algún bache emocional.
La evolución tiene muchas cosas buenas, pero cuando la combinamos con la evolución cultural y tecnológica, cosas que tendrían que ser útiles se convierten en cosas que nos perjudican. Un ejemplo muy claro: En el pasado, paralizarse ante un peligro inminente como un depredador podía evitar que te hiciese daño. Ahora, cuando el peligro inminente es un coche a punto de atropellarte, huir sería algo mucho mejor.
A lo largo de la evolución, la emoción se demostró mucho más poderosa que el razonamiento. El sistema emocional tiene un contrato de exclusividad con nuestro cerebro, y por ello tiene el derecho de opinar sobre algo que nos pasa antes incluso de que el razonamiento se entere de qué está pasando.
En resumen: La emoción tiene el poder de sobrepasar a la razón.
Y conseguir lo contrario es una tarea titánica que no siempre funciona.